10 Al que poco antes creía tocar los astros del cielo, nadie podía
ahora llevarlo por la insoportable repugnancia del hedor.
11 Así comenzó entonces, herido, a abatir su excesivo orgullo y a
llegar al verdadero conocimiento bajo el azote divino, en tensión a
cada
instante por los dolores.
12 Como ni él mismo podía soportar su propio hedor, decía: «Justo es
estar sumiso a Dios y que un mortal no pretenda igualarse a la divinidad.»
13 Pero aquel malvado rogaba al Soberano de quien ya no alcanzaría
misericordia, prometiendo
14 que declararía libre la ciudad santa, a la que se había dirigido antes
a toda prisa para arrasarla y transformarla en fosa común,
15 que equipararía con los atenienses a todos aquellos judíos que
había considerado dignos, no de una sepultura, sino de ser arrojados con sus
niños como pasto a las fieras;
16 que adornaría con los más bellos presentes el Templo Santo que
antes había saqueado; que devolvería multiplicados todos los
objetos
sagrados; que suministraría a sus propias expensas los fondos que se
gastaban en los sacrificios;